sábado, 29 de noviembre de 2014

“MIS MASCOTAS: CREMA Y CHOCOLATE... TORTUGAS DE OREJAS ROJAS”

 

La verdad es que llegaron a mi cuidado casi por azar, de eso ya han pasado 2 años.  A mi hermana, que venía por una corta temporada a Chile junto con mi sobrina, se le ocurrió regalarle unas tortugas de agua, que vendían en una feria libre cerca de la casa. Casi como una novedad para mi sobrina, ya que en el país donde viven, por causa del frío no es común ver este tipo de animales.  

Las tortugas de orejas rojas, como se les llama. Hoy son consideradas casi una plaga, debido a que se ven “divertidas” mientras son pequeñas (ya que el tamaño de su caparazón es un poco más grande que el de una moneda de $500 pesos), pero al pasar los años, éstas llegan a medir hasta 20 centímetros, y por su longevidad muchas veces se vuelven “molestas”, por lo que son abandonadas, derivando en la plaga que antes mencioné. A esto se suma el hecho que se venden fácilmente en cualquier parte y a bajos precios.
 
En la feria libre, donde adquirieron las tortugas, la señora que las vende las traslada en unos recipientes de vidrio pequeño con agua, donde hay muchas pequeñas tortugas buscando un hogar, y en parte, deseando ser liberadas de ese colapsado recipiente, de aguas no muy cristalinas, atestado de otras tortugas. La situación en tiendas de mascotas suele ser similar, aunque sin tan evidente hacinamiento. Además que su valor monetario, suele doblar la suma que pagó mi hermana en la feria libre.
 
Finalmente, mi hermana y mi sobrina se fueron de Chile y al no poder llevárselas, las tortugas quedaron a mi cuidado. Aunque sinceramente, desde que se las regalaron a mi sobrina, yo siempre me hice cargo de ellas. Cuando había que buscar algún recipiente, darles comida o cambiarles el agua, al punto que llegue a tomarle gran afecto a la labor de cuidarlas.


Comencé a instruirme sobre los cuidados que requieren estos animales, valiéndome de una abundante “literatura” del, hasta ese instante, desconocido mundo de las tortugas y sus cuidados. Decidí comprarles un calentador de agua, para que en el otoño no se enfermaran, además de un filtro que limpiara su agua, de arenilla que ayudara a que se desintegraran sus desechos, así como también un líquido que eliminó el cloro del agua (para que no quedaran ciegas), el calcio para que endurecieran su caparazón, entre otras cosas, para su perfecto cuidado.
 
De tal manera, que ha pasado el tiempo y han ido creciendo. Al mismo tiempo he ido aprendiendo sobre su cuidado, sobre cuál es el tiempo aproximado que viven (40 años aprox.), acerca de cuánto pueden llegar a crecer, cuanto comen, en qué tiempo hibernan y cada cuanto se les cambia el agua. Ahora sé que les gusta tomar sol en una piedra para evitar hongos en su caparazón, y además he experimentado lo amigables que pueden llegar a ser cuando alcanzan un cierto grado de familiaridad con su dueño.
 
Menciono esto porque las mascotas en su mayoría suelen ser mamíferos, de esto deriva que la relación amo-mascota es mucho más “cercana” o “demostrativa”. Porque en este caso, por tratarse de reptiles, en primera instancia se creería que es más difícil establecer un contacto físico (cariño) con ellos, por no encajar necesariamente en el prototipo de “adorables”.
 

Finalmente, como partí contando, ya llevan dos años acá. Son adorables y ambas “Crema” y “Chocolate” (como las nombró mi sobrina), son parte también de mi familia, por eso tienen unas cuantas regalías, como estar ubicadas en un lugar donde puedan tomar sol por las tardes, disfrutar de la lechuga que a ellas les gusta (no les gusta cualquiera), ser tapadas por las noches para que puedan dormir sin que les moleste la luz de la calle o disfrutar de buena música mientras nadan. Es así como comparto con ustedes mi testimonio de “amor animal”.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario