La verdad es que llegaron a mi cuidado casi por azar, de eso ya han
pasado 2 años. A mi hermana, que venía por una corta temporada a Chile junto con mi
sobrina, se le ocurrió regalarle unas tortugas de agua, que vendían en una feria
libre cerca de la casa. Casi como una novedad para mi sobrina, ya que en el
país donde viven, por causa del frío no es común ver este tipo de animales.
Las tortugas de orejas rojas, como se les llama. Hoy son consideradas
casi una plaga, debido a que se ven “divertidas” mientras son pequeñas (ya que
el tamaño de su caparazón es un poco más grande que el de una moneda de $500
pesos), pero al pasar los años, éstas llegan a medir hasta 20 centímetros, y
por su longevidad muchas veces se vuelven “molestas”, por lo que son
abandonadas, derivando en la plaga que antes mencioné. A esto se suma el hecho que
se venden fácilmente en cualquier parte y a bajos precios.
En la feria libre, donde adquirieron las tortugas, la señora que las
vende las traslada en unos recipientes de vidrio pequeño
con agua, donde hay muchas pequeñas tortugas buscando un hogar, y en parte,
deseando ser liberadas de ese colapsado recipiente, de aguas no muy
cristalinas, atestado de otras tortugas. La situación en tiendas de
mascotas suele ser similar, aunque sin tan evidente hacinamiento. Además que su
valor monetario, suele doblar la suma que pagó mi hermana en la feria libre.
Finalmente, mi hermana y mi sobrina se fueron de Chile y al no poder
llevárselas, las tortugas quedaron a mi cuidado. Aunque sinceramente, desde que
se las regalaron a mi sobrina, yo siempre me hice cargo de ellas. Cuando había
que buscar algún recipiente, darles comida o cambiarles el agua, al punto que llegue
a tomarle gran afecto a la labor de cuidarlas.
Comencé a instruirme sobre los cuidados que requieren estos animales, valiéndome
de una abundante “literatura” del, hasta ese instante, desconocido mundo de las
tortugas y sus cuidados. Decidí comprarles un calentador de agua, para que en
el otoño no se enfermaran, además de un filtro que limpiara su agua, de
arenilla que ayudara a que se desintegraran sus desechos, así como también un
líquido que eliminó el cloro del agua (para que no quedaran ciegas), el calcio
para que endurecieran su caparazón, entre otras cosas, para su perfecto
cuidado.
De tal manera, que ha pasado el tiempo y han ido creciendo. Al mismo
tiempo he ido aprendiendo sobre su cuidado, sobre cuál es el tiempo aproximado
que viven (40 años aprox.), acerca de cuánto pueden llegar a crecer, cuanto
comen, en qué tiempo hibernan y cada cuanto se les cambia el agua. Ahora sé que
les gusta tomar sol en una piedra para evitar hongos en su caparazón, y además
he experimentado lo amigables que pueden llegar a ser cuando alcanzan un cierto
grado de familiaridad con su dueño.
Menciono esto porque las mascotas en su mayoría suelen ser mamíferos, de
esto deriva que la relación amo-mascota es mucho más “cercana” o
“demostrativa”. Porque en este caso, por tratarse de reptiles, en primera
instancia se creería que es más difícil establecer un contacto físico (cariño)
con ellos, por no encajar necesariamente en el prototipo de “adorables”.
Finalmente, como partí contando, ya llevan dos años acá. Son adorables y ambas “Crema” y “Chocolate” (como las nombró mi sobrina), son parte también de mi familia, por eso tienen unas cuantas regalías, como estar ubicadas en un lugar donde puedan tomar sol por las tardes, disfrutar de la lechuga que a ellas les gusta (no les gusta cualquiera), ser tapadas por las noches para que puedan dormir sin que les moleste la luz de la calle o disfrutar de buena música mientras nadan. Es así como comparto con ustedes mi testimonio de “amor animal”.
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